miércoles, 14 de julio de 2010

La soledad se espesa.
Poco a poco sus hilos invisibles
tejen la telaraña inadvertida
que al corazón aprieta.
La soledad se adueña
de todo lo que fue, de lo que existe
y lo que no vendrá, lo que está roto.
Todo se pliega a ella.
La soledad nos duele
con ese dolor sordo de la ausencia,
esperanza por siempre fugitiva,
inalcanzable estrella.
La soledad produce
una temible y dura dependencia,
muestra su seducción con malas artes
hasta que al fin te enreda.
La soledad es dulce,
o amarga a veces, fríamente seca.
Se bebe en vaso largo, sorbo a sorbo,
y hasta se saborea.
La soledad acuna
los sueños imposibles que no llegan.